lunes, 11 de abril de 2011



Tutorial de prezi
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Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN


EL CULTO AL AVISPADO

EL CULTO AL AVISPADO


En 1914, don Jesús del Corral publicó su famoso cuento Que pase el aserrador, el cual, desde entonces, figura en todas las antologías de la literatura colombiana, dado que reúne las calidades literarias del cuento bien escrito: historia atrayente, narración concisa y eficaz, humor dosificado, final inesperado.

La pequeña obra de don Jesús narra las aventuras de Simón Pérez, desertor de uno de los ejércitos en contienda en la guerra civil de 1885 y quien, en compañía de un soldado boyacense, se internó en las selvas del bajo Cauca en busca de una mina de oro que estaba montando el Conde de Nadal a orillas del río Nus. A pesar de su total ignorancia en el oficio, Simón se hizo pasar por experto aserrador y a punto de trovas, cuentos, embustes y brebajes, obnubiló a la familia del Conde y pasó dos años a cuerpo de rey en la mina, mientras por ingenuo y crédulo “aquel pobre indio de Boyacá se murió de hambre… sin llegar a ser aserrador”.

Fuera de sus valores literarios, en el imaginario colectivo el cuento representa el arquetipo del antioqueño: recursivo, atrevido, chacharachero, audaz. Hay una palabra que agrupa con precisión todas estas características: el avispado.

El pueblo antioqueño creó el culto al avispado. El avispado tiene profunda confianza en sí mismo, por tanto no requiere de preparación, dado que su astucia natural le permite salir triunfante en todas las situaciones. El avispado no prevé las situaciones, las resuelve en cada momento gracias a su viveza. El avispado no hace empresas, hace negocios. Para el avispado la mejor universidad es la calle y la vida. El avispado no cree en el esfuerzo pues sabe cómo se la gana de ojo. El avispado no conversa sino que se come de cuento a la gente. El avispado es cañero, fafarachero, lanza, espuelón, fregao y ventajoso, tiene agallas y se lleva a todo el mundo por delante. El avispado se ufana: “Yo no lo tumbé, el se cayó sólo”. Para el avispado no hay mayor triunfo que sacar ventaja en cada negocio.

Es muy simbólico el léxico utilizado por el habla popular para exaltar la figura del avispado, por lo general asociado con la fauna predadora. Para destacar a alguien nos referimos a él como una fiera, un tigre, un águila, una culebra. Por el contrario, la víctima del avispado se asocia con la flora: una papa, un aguacate, un arracacho, una torta. Claro que no faltan los elementos faunísticos como el marrano y el burro o cierto órgano masculino.

En fin, es el imaginario popular de una sociedad que le confirió más valor a la intuición que al conocimiento, a la improvisación que a la planeación. Ya desde la escuela se desprestigia el saber. No hay mayor ofensa para un escolar que se le tilde de nerd. En reciente estudio sobre el parlache, el lenguaje de las tribus urbanas de Medellín, los nerds son definidos como “Los inteligentes del salón, usan gafas y visten raro” —vestir raro es usar ropa común y corriente—. Es el término que reemplaza al sapo, al mamasanto, al lambón de otras épocas.

El avispado tiene profunda confianza en sí mismo, no tiene dudas. Tiene respuestas para todo pero hace muy pocas preguntas. Ya Estanislao Zuleta nos había revelado que la ignorancia no es un estado de vacío sino de llenura. Por el contrario, el conocimiento es un salto al vacío. El científico tiene más preguntas que respuestas. Cada logro de la ciencia no es un punto de llegada sino el lugar donde surgen los nuevos interrogantes. “Sólo sé que nada sé” decía Sócrates con humildad. “Yo me las sé todas” farfulla con arrogancia el avispado.

El avispado está conforme con el mundo mientras no le afecte su estatus. Por el contrario, el arte y la ciencia nacen de la inconformidad. Aquel que está insatisfecho con el mundo decide reinterpretarlo o recrearlo. El espíritu crítico permite que la humanidad avance. Por eso la Universidad no puede perder jamás el espíritu de indagación. La Universidad, en síntesis, es la ventana por la cual nos asomamos a indagar el Universo, a extraerle con cuentagotas sus arcanos secretos, sus leyes más profundas.

Una política educativa centrada en la calidad y la cobertura es una política trunca. Ya sabemos que la educación no es sólo responsabilidad del sistema educativo sino que es un proceso complejo en el cual convergen todos los estamentos sociales. Para tener una sociedad educada se requiere primero una sociedad educadora. Y el primer papel de esa sociedad es crear el ambiente propicio para que florezca el conocimiento. Una sociedad que valore al científico, al intelectual, al artista, por encima del avispado. Una sociedad donde el saber y el conocimiento sean un deleite, una aventura apasionante y no una fuente de tortura y padecimiento como ocurre hoy en nuestra educación básica.

Nos sentimos orgullosos de vivir en un país con la mayor biodiversidad del planeta tierra, es decir el mayor banco genético de la humanidad. Pero hoy no importa tanto la biodiversidad, que es un fenómeno natural, sino el saber sobre esa biodiversidad que es un hecho cultural. Ese saber se encuentra en otras latitudes. Es como si poseyéramos una gran riqueza depositada en el banco, pero la clave para extraer el dinero la tiene otro.

Hace ya varios años el economista brasileño Celso Hurtado preveía que en el siglo XXI existirían dos tipos de países: Unos que enriquecerían al patrimonio común de la humanidad a través de su creación e innovación y otros que se deberían resignar al papel de simples receptores de bienes y conocimientos emanados en otras esferas. Según las decisiones que hoy tomemos, las próximas generaciones estarán ubicadas en una de las dos orillas: en la de la creación o en la del simple consumo.

El actual modelo de desarrollo tiene como principales indicadores las variables positivas o negativas del PIB. A pesar de que estos indicadores tienden a ser optimistas, en materia de conocimiento los datos son desalentadores. América Latina aporta el 1% del total de científicos del mundo y Colombia contribuye con el 1% del total de América Latina. Es decir, en materia de conocimiento aportamos a la humanidad el 1% del 1%. Un verdadero y real Producto Interno Bruto. Y eso que somos tan avispados. Otro dato que nos retrata: en los productos que conforman la canasta familiar no figuran los libros pero si las fotocopias.

Pero es que también terminamos de estudiar. Al finalizar la llamada moratoria social, en la cual al joven se le excusa de trabajar para que dedique ese tiempo a su formación, se considera que termina de estudiar al culminar sus ciclos académicos. Puede que ese concepto hubiera tenido validez hace unas décadas cuando los cambios tecnológicos eran lentos, las transformaciones del entorno pausadas y los conocimientos y las destrezas adquiridas en el período universitario tenían vigencia por el resto de la vida. Pero hoy, con el vértigo del mundo conectado en línea en tiempo real, con asombrosos avances que a duras penas nos permiten asimilarlos, terminar de estudiar constituye un suicidio intelectual y social. Por ello, el sistema educativo, fuera de la transmisión de conocimientos básicos y de formar en las destrezas propias para ingresar al mundo laboral, debe sembrar el ansia de saber y la curiosidad permanente, acompañadas de las herramientas metodológicas que permitan que la indagación tenga un sentido y sea eficaz y pertinente.

En la última edición del diccionario portugués encontré la poética y muy brasileña definición de la palabra saudade: “Sentimiento más o menos melancólico de incompletud”. Retomo ese concepto de incompletud para aplicarlo al hombre contemporáneo: qué incompleto es aquel que se da por satisfecho con lo aprendido, qué incompleto el que ha perdido la capacidad de asombro ante las propuestas del arte y la poesía; qué incompleto aquel que no se interroga ante los asombrosos descubrimientos de la ciencia. Vano fue su paso por la vida.

Una última recomendación: Desconfiad del avispado.